SHIBEL ADGUELLI






“Siento que el recuerdo de el que fui se desvanece cuando me veo aprisionado”




PRIMERA VEZ


Las figuras se transmutan en tu cintura
y tus frágiles caderas se revelan dentro de mí.

Eres tú
la paz hecha sensualidad
la cornisa cobrando vida en sexo.

El eco atroz de tus gemidos
se contraen junto con tus sábanas enrojecidas
y en aquella sueva caricia resucita un beso.

Sin más
soy presa tórrida
de tus dientes y tus uñas
que garronean mi piel
dejando al sudor y la sangre
para que cicatricen mi éxtasis.

Los rieles ondulados de tus piernas
y la selva exótica de tu pubis
me adentra en tus dominios.

A cada espasmo
a cada risa
a cada suspiro y roce
nuestras pieles se repujan
grabando el deseo
hasta nuestras almas.

Ahora adiós
sin prisa
solo el crespón de la tarde que ya duerme
se adormila en nuestro recuerdo
y en las ropas que nos van vistiendo.






ERASE UNA VEZ UNA TARDE TRISTE…



Pienso que los días han sido muy austeros y se han ido blanqueando con la nieve del tiempo. El crepúsculo va muriendo, con él también fallece, seguramente, ese joven que atinó a decir te amo con una palabra entupida, que asintió siempre a la misma frase de las mismas noches, de los mismos años, que aunque pasados serán los mismos por siempre. Nótese que siempre, desde hace muchos años, digo lo mismo. Por eso seguramente yo no soy ese joven, o dejé de serlo en el momento que te obligué, que amarré tu voluntad a mis caprichos. Recuerdo tu súplica: “no, me duele” y yo con el puñal de mis ojos abalanzándome frente a ti, a tu sexo que nunca estuvo tibio, que tampoco estuvo frío, que jamás estuvo en ningún modo para nadie, especialmente para mí.

La oscuridad va tiñendo de negro mi celda, la va haciendo mas frígida y la soledad me va haciendo el amor, de la misma forma que yo lo hice: trepando con vileza tu vestido, tironeando tus minúsculas ropas de seda, agazapando ese porción de mí hacia dentro de ti; no lo niego, hasta hoy no experimenté sensación tan dulce ni perversa que tus tétricos alaridos de dolor placentero, que estallaban en mi pecho. El carmesí de los últimos segundos de la tarde; va siendo avasallado por la luna. Pareciera que puede tocar tu sangre, sentir el mismo olor a muerte, la fragancia de la agonía en busca del suspiro final. Pero a su vez, voy oyendo las sirenas, las voces, viendo uniformes, y aquella piedra en mi mano, Némesis de virginidad y de tu vida. También siento que el recuerdo de el que fui se desvanece cuando me veo aprisionado, y los últimos efectos de mi psicodelia se esfuman, como la sonrisa de mi madre antes de salir esa noche; y la realidad cobra vida mientras respondo preguntas sin saber qué hice o cuándo. Una lágrima discurre por mi cara y cae al piso; cómo no desear que, al caer, convierta en una fosa el gélido concreto, para echarme dentro, olvidar que estoy vivo, y que tú no lo estás; que nunca te podré pedir perdón, que no sabremos jamás por qué te escogí a ti y por qué de ningún modo supe o pregunté tu nombre.








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