Generalmente se señala al joven como al ser que se halla, en nuestro caso jurídico, entre los 18 años y los 30 años. Si sólo se tomara ese rango se tendría que hablar de los escritores del siglo XXI solamente. Es decir, del Movimiento Literario “Dosamarus” que tiene poetas y narradores jóvenes, del grupo “Eclosión”, del grupo “Palestra Andina”, del Grupo “Primero de mayo”, de la Logia Literaria “Amarilis”, de “Eyacúlame”, los de “Mayucha”, de los nuevos grupos asentados en Huancayo “Fuego Fatuo” y “Fiat Lux”, y seguramente, de otros que se agrupan en bares o centros culturales.Los muchachos de los 70 como César Gamarra, Sergio Castillo, Nicolás Matayoshi y Carolina Ocampo, siguiendo la senda inaugurada por Hinostroza y Cisneros fueron poetas que involucraban lo social con lo estrictamente poético. Un cuidadoso andar sobre el filo de la navaja para no dar mucho qué hablar a sus opositores. Por esos años un ya no tan joven narrador se perfilaba como el iniciador de la literatura urbana: Julio César Alfaro Gilvonio, con la publicación de su cuento “El regreso”, ganador de los Juegos Florales en homenaje al IV centenario de la fundación de Huancayo. Junto a él otro tampoco ya joven se sumaba al quehacer literario: Carlos Villanes Cairo. En tanto que Alfaro mostraba la ciudad, su gente, la juventud y los problemas urbanos, Villanes nos mostraba al mestizo, al nuevo huanca, en su devenir, en su problemática y en su pasado, como lo hace con su “Flagelación de Toribio Cangalaya”. Al mismo tiempo un joven estudiante de literatura empieza como nuevo ensayista, especialmente en el diario “La voz de Huancayo”, su nombre: Alejandro Espejo Camayo. Su prosa está alineada a su compromiso socialista militante y a una estricta visión histórico literaria, al estilo de Georgy Luckacs, de la literatura. Eran notorios su rigor y amplitud cultural frente a, por ejemplo, “el intelectual aprista”: Apolinario Mayta Inga o el aún sobreviviente César Chico Véliz.En los 80, se fundó el grupo literario “Para cantar o morir”, a mi juicio el grupo poético más estructurado tanto en su estética como en su compromiso y visión política. Su poesía, que resultaba, en principio, epigonal del “Movimiento Hora zero”, fue trastocándose en un firme cuestionador del estado de cosas, de las relaciones de género, por ejemplo con Flor de María Ayala y su “Mujer de Subamérica”, de la reivindicación del mundo paisajístico del Valle como en “Manzanares: vida y canto” de Arturo Concepción, del compromiso político definido de José Gamarra Ramos en su “Lagarto de Humo”, de la vida, el amor y el rol de la mujer con Rosa Iñigo en su “Tiempo de partida”. En esta década, en la narrativa, Carlos Villanes va abandonando su temática mestiza y va acogiendo la senda trazada por Alfaro Gilvonio: lo urbano como perspectiva literaria. Alguien que da un paso mayor, en el sentido ideológico, fue, también en estos años, Pedro Rezza Claros con “La Máscara” y “Kananmantapacha” de claro sentido movilizador político.Lo que ya parecía una tendencia literaria: lo urbano, y la formación de una tradición literaria, un corpus estético y creadores propios, se vio truncada por el proceso de violencia política que vivió esta zona del país junto al resto de nuestra geografía patria. Ya la CVR ha señalado el vía crucis que ha significado para todos, incluidos los más jóvenes que no vivieron directamente esos años aciagos. Con la violencia instalada, con el miedo como vida cotidiana, la literatura, al parecer, se hizo recuerdo. Todos callaron, unos emigraron, otros asumieron su compromiso político y se fueron como lo hizo Javier Heraud, y algunos murieron en el alma.Los más jóvenes, los que debían de seguir la senda, se perdieron en la noche oscura de la guerra. La universidad, los institutos, las escuelas se convirtieron en campos de batalla y la belleza tuvo que arriar sus banderas. No había tiempo para la creación, sólo la desolación.Tal vez por ello los jóvenes de los 90 se volvieron intimistas, personalistas. Su poesía volvió a una vertiente ya superada en el Perú, incluso se puede decir: algo que no se adaptó a la estirpe poética peruana, la poesía narrativa propia del mundo anglosajón. Aquí Antonio Cisneros quiso impulsarla, pero fracasó en toda línea. Sin embargo, César Páucar Ramos, Enrique Ortiz, Gino Damas, Julio C. Campos Gutarra, entre otros, intentaron desarrollarla en esta ciudad. A pesar de una modernidad propia del sistema capitalista, la ciudad de Huancayo no la toleró y esa novedad se fue. Los narradores de los 90, especialmente de la segunda mitad, también desarrollaron una temática impersonal en lo que se refiere al espacio, el tiempo histórico y los personajes. Si bien, a excepción de Javier Huamán, la temática buscaba recuperar lo urbano su fuerza no calaba en las fibras de la ciudad. Al quebrar el diario “La voz de Huancayo” murió un espacio para la reflexión crítica sobre cualquier tema. El diario “Correo” hasta hace poco no estuvo interesado, aunque hay que reconocerle una competencia al otro diario en los años 60 y mediados de los 70, en el pensamiento crítico. Tal vez debido a su filiación aprista en esos años y que hoy ha variado hacia una postura neoliberal. En concreto, el ensayo no tuvo paladines durante los 90. Naturalmente, estamos hablando de jóvenes, pues si no seríamos injustos con don Manuel Baquerizo que sí hacía ensayos, principalmente en revistas culturales y literarias.Al transitar al nuevo milenio un nuevo reflujo, los jóvenes de los 90 se esfumaron. Esta vez no hubo violencia política, esta vez los destruyó una nueva forma de vivir el país: la economía de libre mercado. No hay que olvidar que la década de los 90 estuvo signada por el gran Fujishock y la gran inestabilidad política de la dictadura fujimorista y su Estado corrupto, además de los rescoldos de la política antisubversiva. Es decir, el miedo aún no se había ido y la inmovilidad política y social nos atenazaba.¿Son los jóvenes escritores, poetas y demás, herederos de toda esta situación? Firmemente considero que si, especialmente herederos de los chicos de los 90, tanto en su intimismo, en su personalismo como en su apatía por vertebrarse a la ciudad. Si no, echemos un vistazo al suplemento “Sólo 4” y veremos a chicos que hacen poesía por afición, como hobbie. No lo hacen como si se les fuera la vida en ello. Obviamente hay excepciones, pero aún falta la prueba de fuego: la constancia y la perduración, tanto en el tiempo como en su compromiso con la literatura.¿Y cuál es la tarea actual? ¿Cuál la perspectiva? Considero que la ciudad ya está preparada para afirmar sin vergüenzas ni rubores una literatura urbana. Es decir, sus poetas, sus narradores, y como ya lo están haciendo sus ensayistas que publican en “correo”, deben asumir una postura estrictamente urbana, tanto en temática, códigos, personajes, estructura y en su lenguaje. Debe rescatarse el legado de “Para Cantar o Morir”, debe asumirse las corrientes urbanas desde el realismo, los vanguardismos y las tendencias Beatniks o subtes como las de Bukovski, Carver o Carson MC Cullers o las del boom latinoamericano o, por último, las del grupo “Macondo”. Y digo esto pensando en un escritor huancaíno que considera nefasta la influencia de Bukovski, “malsana influencia” la llamó.Es hora de mirar a nuestra ciudad, sus rostros, sus problemas, su intimidad, su política, su pasado, su futuro, su construcción, su belleza, sus campos, sus andares, sus pesares, sus sueños. Hagamos literatura con ello. No para demostrar nada, sino para mostrarla. Es más, sus jóvenes serán irresponsables si dejan que la incultura gane, que la ignorancia se apodere de la ciudad, y que los cretinos sigan gobernando a nuestro Huancayo querido.

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